Enviado por Sulpicio Gonzalo Déniz Moreno.
Permítanme hoy día de la mujer trabajadora, que les cuente un relato en un intento que este sea una loa a la mujer.
Me crié en el campo, alejado de ciudades y sitios de ocio, donde las mujeres no tenían otra cosa que hacer que trabajar, y si tenían algún tiempo libre lo empleaban en hacendar sus casas (si se le podía llamar así) colocar ropas, preparar la neveras de entonces (que era las salazones o conservas en manteca, hacer rosarios de pimentas, cabos de ajos y cebollas, etc.….. ) y cuando ya cansadas, decidían sentarse un ratito para charlar, antes de irse a la cama casadas (no había ni radio ni televisión) aprovechaban para zurcir las maltrechas ropas de sus niños y de sus esposos o hacer encajes para las toallas o las sábanas de los días de la fiesta del pueblo.
Eso hacía la mujer que mas me quiso en el mundo, mi madre, y cuando ya mayor, forzada por la edad y por los cambios de la vida no pudo hacer eso, se dejó morir, es que no sabía hacer otra cosa que trabajar por los demás y sentirse imprescindible.
Eso es lo que aprendió de su madre, mi abuela, una mujer pequeñita de procedencia majorera mesclada con san Mateo, con más arrestos que lo que nunca he visto en otra mujer ni hombre, por fuerte que este se crea.
Tenía a su cargo una casa enorme llena de hombres, ganado y fincas y un marido enfermo. Parió 11 hijos aunque cuando murió solo le quedaban 7, 3 se le murieron niños y su mimado con unos 20 de una cruel tuberculosis.
Nunca usó una vela al oscurecer, se acostaba como las gallinas, con la luz del día, pero se levantaba de dos a tres de la madrugada a buscar agua con un cacharro a la fuente, alumbrada con un viejo farol de velas, luego a poner la comida a los perros, pastores también de su ganado, zurcir a la luz de las velas los pantalones de sus muchachos, estropeados por los matojos en sus carreras, por su tarea diaria en pos de las cabras.
A las 5 de la mañana llamaba con el café preparado a los muchachos (que así llamaba a sus hijos que eran los mayores y hombres de la casa) para que fueran a reunir el ganado por los agrestes riscos de Tasarte, por la zona de la montaña del Lechugal que era su cortijo.
Seguía con sus quehaceres atendiendo con el farol a la mano, a las gallinas, a la burra, la yegua, los cochinos, en fin a los animales. A eso de las 6 (estoy tomando como referencia un frio día cualquiera del mes de diciembre) pues a las 6 llamaba a las muchachas (sus hijas, mi madre y sus hermanas que eran más pequeñas, mi madre con unos 8 años) las llamaba para que fueran a “La Lantrera” que era esperar a las cabras que ya venían de las montañas arreadas por sus hermanos mayores, para evitar que se adentraran en lo sembrado (Eso a varios Km. de casa y a pie por las montañas) mientras controlaban “La Lantrera” de las cabras recogía un “jace” de leña (que era el gas en ese momento) por que había que aprovechar el viaje. Lo hacían con premura para llegar a casa a tiempo de ir a la escuela a las 9 …y eso que ella era afortunada podía ir a la escuela y creo que fue hasta que tenía 12 años…..
Mi madre parió cinco hijos y sufrió la pérdida del mayor cuando solo contaba dos años y los crió a todos con un esfuerzo personal a veces sobre humano. Atendió hasta su muerte a una hija con severa discapacidad síquica sin quejarse nunca. Atendió también, como buena samaritana a todos los vecinos necesitados, no un día, si no con una preocupación diaria como si fueran familiares suyos.
Murió de agotamiento, como su madre, sin tener otro premio o reconocimiento que el regocijo de lo que ella consideraba su deber cumplido…….
Por eso no sólo felicito hoy a la mujer trabajadora en un trabajo exterior remunerado, si no también a todas aquellas que luchan, muchas veces en la sombra, por sacar adelante una familia y muchas veces también sin premio o reconocimiento alguno y si hay alguna medalla incluso, muchas veces, se la llevan otros.
¡¡¡FELICIDADES!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario