jueves, 29 de diciembre de 2011

ABANDONO, OBEDIENCIA, ENCARNACIÓN, REDENCIÓN Y SALVACIÓN


Como todos los años por estas fechas me dispongo, con temor y temblor, a volcar por escrito lo que late en mi corazón con motivo de la santa conmemoración de la Natividad del Niño Dios, para compartir lo que edite como una felicitación de Navidad, invocando al Espíritu Santo para que me inspire, ilumine y guie.


Nací en un pueblecito de “La Mancha”, donde una gran cantidad de sus pobladores eran Labradores o trabajaban en las labores del campo y algunos de ellos vivían fuera del pueblo en casitas muy humildes, construidas en medio de las fincas de labor que trabajaban o guardiaban. Muchos de ellos no eran dueños de esas sencillas construcciones rurales donde vivían. Esas casitas no tenían o casi no tenían las comodidades domésticas de los hogares del pueblo y mucho menos las de los de las ciudades. Vivían en la escasez y la penuria.


En mis muchos recorridos, en mi infancia, por todas las áreas rurales de alrededor de mi pueblo, veía a esos pobladores sencillos que vivían en medio del campo e incluso tuve ocasiones de conocerlos y hablar con ellos, debido, no tanto a mi curiosidad infantil, sino sobre todo a su espontáneo y bondadoso espíritu de humilde y alegre acogida. Confieso que siempre mi primera impresión me hacía pensar: ¡Pobre gente, cómo y dónde viven…!


He recorrido muchas áreas geográficas de España y de otros países y en ocasiones he seguido viendo en algunos lugares, demasiados, lo mismo. Me ha afligido verlo, aunque la impronta que sentía ahora era algo diferente de la que sentía en mi infancia; y quiero volver a recuperar la de mi infancia y quedarme con ella en el corazón, con esa verdad sentida.


Esa impronta, esa verdad sentida en la infancia es la que me inspiro hace años a construir un sencillo y rústico ‘Portal de Belén’ con el que montaba el ‘Belén’ en mi casa, intentado montar un ámbito rural al estilo de mi tierra manchega (todavía ahora, algunos años monto sólo el ‘Portal con el Misterio’). Mirando con ojos puramente humanos el ‘Portal’, el ‘Misterio’ y todo lo demás, al centrar la vista en la ‘cuna’ del ‘Niño Dios’, revivo esa ‘verdad sentida’: ¡Pobre Niño Jesús, cómo y dónde nació! ¡Pobre María y José, dónde y cómo vivieron el Nacimiento del Niño Dios! ¡Qué pobreza! ¡Qué sencillez! ¡Qué escasez!.


Sin embargo, esos compasivos sentimientos son muy poco, casi nada, nada, ante el inabarcable Misterio que, por la fe, sé que hay detrás de esa apariencia visible que conmueve el corazón. Tras esa apariencia de ‘vida humana real’ está nada menos que el Hijo de Dios que se hace criatura humana como todas las demás criaturas humanas a las que ‘Ama Infinitamente’, está también otra criatura humana ‘Llena de Gracia’ que es la Madre de Dios y está otra criatura humana plenamente ‘Obediente en la fe’ que es la Cabeza que Dios ha querido para la Sagrada Familia que los tres componen. ¡Ni en toda la inmensidad del Universo, ni en todo el Mundo, podrá existir jamás una ‘escena más humilde’ que a su vez sea tan inconmensurablemente Grandiosa, Bella, Buena, Transcendente y Admirable…! ¡Es la Infinitud de la Humildad, Poder y Amor de Dios refugiados en una rústica, pequeña y pobre ‘cueva-pesebre’ de las afueras de un insignificante pueblecito de Israel!


Hagamos, por favor, un paciente y sosegado ejercicio de desbordante imaginación y hagámonos fieles y generosos protagonistas del ‘cuento’ siguiente:


“Había una vez en un lugar perdido del mundo un pastorcito que pastoreaba su rebaño de ovejas por el valle de un río, que antiguamente serpenteaba entre las montañas y que desde hace muchos años está seco y por el que ya no corre el torrente de agua, que, años atrás, estrepitosamente llenaba de ruido con sus torrenteras, rápidos y trepidante corriente. Ahora sólo era un tranquilo, verde y florido valle de montaña donde el pastorcillo llevaba su rebaño. Todos los días, sentado en una gran roca, desde donde vigilaba a las ovejas, veía a sus pies un hormiguero, del cual salían y entraban centenares de ‘hormiguitas’ marrones que, incansables, iban a coger alimentos y volvían con ellos para almacenarlos en el hormiguero. Llevaba ya muchos años viendo el mismo hormiguero en la época estival. Las ‘hormiguitas’ eran su única y silenciosa compañía y se pasaba el tiempo observándolas en su ir y venir.


Desde el principio de ir a ese lugar del valle seco, le rondaba por su cabeza la idea de comunicarse con las ‘hormiguitas’. Pero, no sabía, ni encontraba la forma de hacerlos, para poder hablar con ellas. Se decía para sí mismo ¿Cómo yo, un ser humano, va a poder hablar con esos pequeños animalitos, por muchas ganas que tenga de hacerlo? Y siempre continuaba contemplándolas sin perturbar su incesante labor…


Un día pensó que si él pudiera convertirse en ‘hormiguita’, sin dejar de tener la inteligencia, las actitudes y habilidades del ser humano, podría hablar con ellas e incluso en determinadas ocasiones ayudarlas, respetando y no perturbando lo que hacían y cómo lo hacían. Así tendría miles de interlocutores durante las interminables horas de soledad durante las cuales apacentaba y cuidaba a sus ovejas. Luego pensó que, por muy bonito que fuera su experiencia de ‘hormiguita’ corría el peligro de que su perro pastor e incluso las mismas ovejas pudieran pisarle y aplastarle. Dejo de pensar en ello y todos los días continuaba haciendo su solitaria labor como siempre, mirando desde la distancia el hormiguero.


Sin embargo, un bochornoso día de verano, en el que las oscuras nubes amenazaban de tormenta, se dijo a sí mismo: En otro valle, más al sur, hace unos días una fortísima tormenta de granizo, agua y viento lo inundó y arrasó todo lo que había en él. ¿Y si ahora pasa aquí los mismo, que será de esas ‘pobrecillas hormiguitas’? ¿Qué podría hacer yo para salvarlas del peligro? ¿Ellas no son conscientes del peligro que corren?. ¡Si puedo convertirme en ‘hormiguita’ para avisarlas, luego también podré ser otra vez ‘pastor’ y hable salvado a las ‘hormiguitas’ sin haber abandonado y perdido a mis ovejas…!
Tanto y tanto deseó eso que, antes de que descargase la amenazadora tormenta se convirtió en ‘hormiguita’, sin dejar de pensar… y sentir… como ser humano. Bajó al hormiguero y comenzó a dialogar con las ‘hormiguitas’ líderes y pudo comunicarse con ellas y hacerles entender el peligro que se cernía sobre ellas. Junto con ellas, trazaron un plan para prolongar varios túneles del hormiguero en dirección ascendente por el terreno de la montaña, hasta una altura suficiente para estar a salvo. Luego trasladaron todas sus despensas a los nuevos túneles y así quedaron salvadas de todos los destrozos y arrasamientos que el torrente originado por la gran tormenta ocasionó en las partes bajas del valle. Antes de ello, el pastorcito subió al rebaño a un lugar seguro y lo dejó al cuidado de su fiel perro.


Cuando todo pasó, se despidió de las agradecidas ‘hormiguitas’, que le prometieron que siempre tendría un lugar especial entre ellas; y volvió a ser un ser humano, para retornar con su rebaño de ovejas y todos los día cuando volviera al valle estar también con ellas…
En su camino de vuelta a su pueblecito, se encontró con otro pastor y comentando lo de la tormenta le contó lo acontecido. El otro no se lo creía, le dijo que era una locura de imaginación y que lo había soñado. Él le dijo que no, que paso así. El otro le dijo que estaba loco, que había corrido una gran riesgo, que podía haber perdido su rebaño y haber muerto…; y le preguntó: ¿Qué has sacado con toda esa loca aventura, si es que es verdad?. El pastorcito le contestó: “Yo amo a esas ‘hormiguitas’ y ahora he conseguido que ellas también me amen a mí. He aumentado el rebaño de criaturas a las que amo y me aman…”. El otro pastor le dijo ‘estás loco’…

Salvando la distancia, que es Infinita, Dios cuando creó por Amor al hombre y vio como en la lucha entre la donación de ‘Gracia’ que Le regalaba y la ‘libertad’ del mismo, la libertad del ser humano hacía que éste se separase de Él…, al principio se arrepintió de haberlo creado (ver el Génesis)…, pero por los ruegos de sus Profetas… hizo una nueva alianza… Sin embargo, al ver el comportamiento del hombre y la perdición a la que se precipitaba, decidió, por su Amor al hombre, enviar a su Hijo Único y que se hiciese ‘hombre’ como nosotros para Salvarnos del abismo infernal de que cada uno de nosotros se hiciese ‘dios’ de sí mismo y adorase a otros ‘falsos dioses’ del mundo, dándole la espalda a Él, por su ‘libertad en la ignorancia’, para su propia auto-aniquilación como ‘hombre creado por Dios, para ser de Dios, para ser Amado por Dios y para amar a Dios’, convirtiéndose en esclavo del Mal y… ¡Locura de Amor de Dios por nosotros…!
Para ello, fue necesario el SÍ ‘confiado’ de María, abandonándose fiel y plenamente a la Voluntad de Dios, para la actuación del Espíritu Santo en la Encarnación de su Hijo. 


También fue necesaria la ‘kenosis’ –abajamiento supremo del Verbo –Segunda Persona de la Santa Trinidad-, en fiel y completa Obediencia y Amor a su Padre, así como su Vida, Pasión y Muerte en abandono pleno y absolutamente confiado al Mismo…; y por último su Resurrección para vencer al pecado y a la muerte, para así Redimirnos y Salvarnos… ¡Todo por el Amor que Dios nos tiene a todos…!


Desde en Nacimiento del Niño Dios en la ‘cueva-pesebre’ hasta su Muerte, la de Jesús, en la Cruz, Cristo pasó –como hombre- por la indefensión, la pobreza, las tribulaciones, las tentaciones, el dolor, la enfermedad, el aprendizaje,…, la humillación, la ofensa, la marginación, el agravio, el fracaso –humano-, el miedo, el apresamiento, la condena –injusta-, la agonía, la muerte…, por todo lo que pasamos todos los seres humanos de una u otra manera en nuestras vidas… y sigue pasando por todo ello cuando cualquiera de nosotros atraviesa cualquiera de esas circunstancias de la vida, sea cual sea…, viviéndolas a nuestro lado y con nosotros… ¡Él nunca se quejó, nunca se comportó de manera victimista, nunca se desesperó…! ¡Él se abandonaba –en la oración íntima- a la Voluntad del Padre, para cumplirla con y por Amor…, para así cumplir fielmente ‘su Misión’, por la que había venido al mundo…!


Cualquiera de nosotros, si vamos tras Él, enamorados de Él, como cristianos que Le amamos a Él –negándonos a nosotros mismos, abrazando y amando nuestra cruz particular, y siguiéndole-, cuando atravesamos en nuestra vida cotidiana esas circunstancias o situaciones adversas, si de verdad nos acordamos de Él, nos abandonamos a Él, se lo ofrecemos a Él y nos ponemos –confiada y plenamente-en sus Manos –de la Mano de la Virgen María-, sabiendo que Él está con nosotros, a nuestro lado y que Él jamás nos abandonará, ni su Amor y Misericordia, viviremos todo –sea gozo o dolor- como Él lo vivió… y en nuestro corazón habrá la certeza y vivencia de una ‘gozosa paz’…, que es la señal de que la Santísima Trinidad habita en nuestro corazón… Esa ‘gozosa paz’ jamás la tendremos cuando nos abandonamos o apegamos a los demás, a su opinión sobre nuestra imagen o haciéndonos las víctimas para ganárnoslos y dominarlos o para que nos adulen y halaguen nuestra vanidad o para usarlos para nuestros propios intereses o cuando –confiando más en ellos y en las cosas que en Dios- creemos que ellos nos solucionarán nuestros dolores, enfermedades y necesidades..., lo que favorecerá que nuestra vida no sea ‘Obra de Dios’ sino del maligno y estropearemos la Obra de Dios en nosotros, dejándonos ‘embaucar’… y embaucando a los demás… ¡Para nosotros, los seres humanos, eso último es bastante fácil, lo primero es muy difícil, ya que sin Él, no podemos nada y somos libres en la ignorancia…! Pero, ¡Él lo puede todo, para Él no hay nada imposible!. Así que con Él, por Él y con Él… lo podremos todo y será su Obra, no la nuestra…! ¡Abandonémonos de verdad, fiel, confiada y plenamente sólo a Él y que sea lo que Él quiera, no lo que queramos nosotros o el Maligno…!

Os deseo a todos una Feliz vivencia de la Natividad del Niño Dios, viviendo la verdadera y pura Navidad en nuestros corazones, así como un venturoso Año Nuevo 2012 lleno de ocasiones de irradiar la Sed de Amor de almas de Jesús. Que el Niño Dios os bendiga, guie y sea en vosotros. 


 JOSÉ LUIS CAMPO CAMPO, MCL.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

EL ANOFELES EBRIO



Un cuento de Miguel Arnau Marín

“por lo aguanoso
esperaba antes pescar ranas,
que soplar mosquitos...”


QUEVEDO, PACO DE
("La hora de todos y la Fortuna con seso")



Volvime del revés los fondos de las faltriqueras integra­das en los costados de mis pantalones que a la sazón cubrían un par de vergonzosas canillas, huesudas a lo largo, a lo ancho calvas a rodales, y ateridas en eslora y manga por el helado viento que pretendía barrer la nieve recién caí­da y aventar la que estaba precipi­tando sobre las lúgubres calles del pueblo, cubiertas de una tarde triste y sombría, víspera de un día de Na­vidad -que se auguraba parejo­- y muy cercana en tiempo a una No­chebuena que se preveía tan noche como boca de lobo y tan buena como sus colmillos... al menos para mí y mi maltrecha ánima.


Como iba diciendo, saqué a vergüenza pública el contrahaz de los bolsillos de mis pantalones y pude dar fehaciente fe de que portaba en ellos, a saber: una navaja barbera (hendedora de lomo más que de filo por lo romo, y que solía utilizar yo para cortar la leche y prepararme yogures case­ros sin conservantes que me los aguantaran vivos más allá de un par de horas), un tirachinas portátil -cargado con un solo canto rodado, que guardaba para mí en caso de situación desesperada, caso tal que al parecer me estaba como alcanzando ya-, un reloj digital, de pro­cedencia etíope, parado a falta de pila bautismal, el incensario de esa pila, sus dos correspondientes canónigos beneficiados de la Santa Iglesia Catedral tocados con aterciopelada teja árabe, dos ducados de oro viejo, tres reales de vellón nuevo, un maravedí de mi bisabuelo, viejo también -que el demonio lo confunda, que no conmigo-, y cua­tro ochavos de cobre (últimamente me dedicaba, cada primer viernes de año, a coleccionar papel moneda) en perfecta anacronía con una maravillosa moneda de veinte duros sin estrenar. 



Aquí detuve el inven­tario, paré de contar fortunas y penetré, rico y opulento aunque modoso, en el primer figón que pillé a mano contraria y que consiguió atufarme las narices con la oloreta del peleón de barrica de plástico y el repelús de los picantes encurtidos a granel pasados de fecha.


Pues hallábame, como digo -solo y sin más amparo que mi hon­rado complejo de protomártir, adquirido a pulso-, en taberna infame frente a un buen aunque desportillado vaso de tinto y en aguerrida liza con rubia cucaracha hostelera por un quítame allá ese taburete y deja tranquilo, de una puta vez, el platito de anchoas -con olivas de guarnición de Fort Knox-, cuando un entrometido cliente, espe­cie de necio presumido (necio por lo que de aficionado a dar conse­jos no demandados tenía, y presumido por lo creído de que se los seguían al pie de la letra) me aconsejó que soplara con fuerza sobre el rubio ortóptero en forma de cucaracha, lo que provocaría de inme­diato su bochornosa caída del mostrador forrado en cascarrias y me elevaría al podio como justo vencedor de la tabernácula, empero to­talmente desproporcionada, justa. Aun no siendo yo excesivamente proclive a seguir consejos, ni siquiera de un agente de cambio y bol­sa (sobre todo), experimenté sobre el inmundo insecto -perdonando inconscien­temente e ignorando de igual modo, en tal crucial instante, a un mos­quito trompetero que pretendía, en ese tal crucial ya dicho, aterrizar, amerizar o avinizar (lo que seguramente consiguió) en la superficie del fermentado mosto que reposaba en mi vaso-, o sea, repito, que ex­perimenté sobre el inmundo insecto (¿lo he dicho ya, acaso?) una suer­te de huracán de andar por tasca, lo que hizo que el bicho marchara en volandas -algo ayudado por sus atrofiadas alas, hay que reconocerlo- y aterrizara indemne y sin escalas técnicas en el mismo centro del cuenco de olivas rellenas de huesos de aceituna de otro cliente que no era de la guerra y que se hallaba firmemente ubicado en la otra punta de la barra del bar. Como que tal parroquiano en ese preciso momento estaba preocupadísimo y dedicado en cuerpo y alma a in­tentar desprender un ciempiés de uno de las perneras de sus blue-jeans no advirtió la herejía alimentaria ni a su autor (que era yo), por lo que me evité astutamente algún que otro par de improperios y me­dia docena como mínimo de sopapos bien asentados en mis amados carrillos en paro. 


En lugar de ello, el parroquiano en cuestión alzó sú­bitamente la pierna asediada por el ciempiés, como si efectuara un saque de esquina en un partido de fútbol, y consiguió al fin despren­derse del asqueroso insecto miriápodo, lanzándolo como si de un ba­lón de cuero se tratase.
Sin cucaracha que compitiera por asiento y comida conmigo, sin temor a represalias de cliente de esquina del mostrador y sin dar una mínima ojeada al platito eché tenedor a mis aceitunas, cuando, miran­do exultante al tendido, noté cómo ese tenedor de hojalata -con ex­celente baño de zinc- pinchaba, y no en hueso (que pensé que en boquerón en aceite, ya que el corazón de mis aceitunas altivas era de aire con hedor a anchoa), y me percaté, al mismo tiempo, de que la gris tarde de triste Nochebuena de martirologio eclesial, trasmuta­da en principio en viernes de pasión, se aclaraba y comenzaba a bri­llar como un faro en el Cabo de las Tormentas. 
Todo se jodió instantá­neamente cuando, al segundo mordisco, sentí las patas (el primer bocado lo había engullido sin masticar, dado lo perentorio de mi apeti­to): como unos treintaitantos pies -y yo todavía dudaba si se trataba o no de las espinas laterales del filete de la anchoa- batiendo aloca­da y desacompasadamente el aire y adosados a los costados de un tercio del cuerpo de un ciempiés clavado en mi tenedor de auténtica hojalata, hicieron el papel, rol o función de emético galopante. O sea que, galopando tendido en dirección al retrete, cuando pasaba raudo a la altura del extremo de la barra y junto al parroquiano de allí, vomi­té, pródigo, justo sobre su ostentosa portañuela (disfrazada de bra­gueta) rellena hasta los topes de algodón en rama.


No tuve bastantes carrillos para distribuir razonable y soportable­mente entre todos la ristra ensarta­da de guantazos que me atizó, sin mediar palabra y sin mala intención -eso sí-, el puto parroquiano de los malditos castrados testículos de los infinitos pies del repugnante bi­cho, pedestre de vocación congé­nita. No sé si fue su culpa, pero al primer bofetón que me arreó en todo el morro me tragué de golpe y sin masticar los restantes dos pri­meros tercios del ciempiés, que se me había atorado, con sus corres­pondientes sesentaitantas patas atravesadas a contrapelo en la glo­tis, y que no había conseguido de­glutir al principio de la juerga ni vo­mitar después de la orgía.


Una vez recuperado su orgullo, a base de quedarse a gusto mo­liéndome a palos, el iracundo cliente me depositó suavemente en el suelo de una fina patada en la entrepierna y se retiró a más viles y prosaicos menesteres en dirección a las letrinas. Fue cuando oí (in­tenté convencerme de que lo oí) un débil zumbido como ¡Ho, ho, ho!, repetido tres veces y acompañado del cristalino sonido de una cam­panilla peterpanera, todo a medio decibelio de potencia y otro medio cabello angélico de distancia de mi oído derecho. Volví mi rostro en ese sentido y alcancé a vislumbrar, apoyado en el borde de mi vaso de vino (que algún alma caritativa había depositado en el suelo, junto a mi cabeza) y trompeteando furiosamente en dirección a mi oreja zur­da, una especie de mosquito -anofeles de nacimiento, por más señas-, todo gordo, todo rojo (se le trasparentaba la comida), con una postiza minibarba blanca, calzadas sus patas de atrás con un par de botas rojas de invierno y agitando alegremente, con las de delante, un cascabel de gato. Y volvió a exclamar ¡Ho, ho, ho!, tras lo que se acercó volando a mi nariz, percatándome en ese momento de que el díptero apestaba a una mixtura de olores, entre los que sobresalían (y mareaban lo suyo) el de cariñena a palo seco y otro, dulzón, que recordaba las trasfusiones de sangre en los hospitales de campaña publicitaria.


El apestoso mosquito, que tornó a sacudir el cascabel y a vocear en grito ¡Ho, ho, ho!, decidió al fin posarse en la punta de mi nariz, a donde lo miré fijamente estrábico y en cuya dirección soplé en de­fensa propia, montando mi labio inferior sobre el otro que me queda­ba un poco más arriba. A consecuencias de la embestida eólica se tambaleó, pero mantuvo el tipo y el cascabel, dirigiéndome una inso­lente mirada, su amenazadora trompa y unas incisivas palabras: ¿Es posible que estés aburrido de la vida (y más, en Navidad que esta­mos), especie de zopenco con tirantes? Y, sin darme tiempo a res­ponderle con toda la dignidad que requería el caso y como él se me­recía, continuó diatribando: Una hora, dicen, tarda en hacer efecto el alcohol etílico en forma de vino del país. Iba a comentarle que me sonaba la conseja, pero no me dejó ni embarazado: En efecto; así hace efecto, efectivamente, en los humanos; pero en los mosquitos (me llamo Noel Anopheles, de la conocida familia de los Anopheles del pantano del Regajo), sin embargo, a causa de nuestro delicado cuerpo, conformado en artística miniatura, el efecto citado parece que comienza a notarse como a los diez segundos del primer lingotazo, y más si me he cascado media docena de adarmes de ese peleón de mierda que tú dedicas a ingurgitar sin llenar en previo tu estóma­go). Y comenzó a tambalearse -como borracho como una cuba libre que estaba- en la misma puntita de mi nariz. Aproveché su momen­táneo desconcierto y engarfié mi vaso de vino con ánimo de atizarme un viaje de ida y vuelta. Cuando lo alcé hasta la altura de mis labios, el tal Anopheles perdió definitivamente el equilibrio y el cascabel, y cayó de trompa en mi vaso de tintorro. Ayudado con una cucharilla de café conseguí extraerlo con vida, antes de que me dejara sin vino, y lo deposité delicadamente sobre la chapa de una botella de cerve­za. Le hice la respiración boca a trompa mediante una paja, de segun­da boca, de las de sorber horchata, y cuando tosió un poco y esputó otro poco de sangre (al parecer humana, dado su tamaño), me tran­quilicé y dejé de temer por su vida.


-¿En dónde matamoscas asesino has escondido mi querida campa­nilla? -preguntó Anopheles, con ese cortés tono que suele usar un borracho cuando nos agradece haber salvado, recién, su preciosa vida.


Y, sin darme opción ni tiempo a contestar, continuó largando en pastoso zumbido por su trompita de piñón:


-Una Tardebuena es una Tardebuena, y una Nochebuena... más -y se atusó la trompa con una pata, como si se preparara a zumbar zambombas y trompetear villancicos para pedir aguinaldos-. Y mañana Navidad... y yo no llegaré a mañana -e hipó, no sé si de la píti­ma, de la borrachera, de la merluza o de la tremenda desgracia que, en forma de ley de vida, se cernía inexorable sobre él.


-Menos mal -continuó, trastabillando sílabas, seseando ces y gangueando erres­- que he encontrado un humano, comprensivo y sin prejuicios mosqui­teros -y yo miré tras de mí, buscando con la vista a ese singular individuo-, que está procurando por todos los medios a su corto al­cance y más corto entendimiento que mi Nochemala última se con­vierta en Nochebuena única, y yo, por fin, esté contento y sea inmen­samente feliz al menos una vez en mi corta, inútil y puta vida -y, sin solución de continuidad, me espetó, recuperando súbitos bríos-: Y tú ¿por qué estás tan triste? ¿Acaso piensas que no te ama nadie? ¿O quizás eres tú quien no amas? ¿O, sí amas, pero intentas convencerte de que no amas para así poder realizarte mejor?


Desbizqué los ojos (aún no había conseguido recuperarme de la impresión) y busqué de nuevo mi vaso de vino. Alguien me agarró de la nuca, eructó miles de insultos semejantes a “a dormirla a la puta calle” y me arrojó inmisericordemente a la que acababa de nombrar de malos modos.


Caí desmadejado sobre un blando lecho de fresco plumón y, de inmediato, comenzó a entrarme una risa muda y un helado sopor de postrera siesta. Solo me molestó, en ese suave deslizarme hacia la nada, un repentino escozor en la nariz, que vanamente intenté paliar a manotadas erráticas. Y, sin más, se me hizo definitivamente de noche.


***** º *****


-¡Feliz Navidad! -me desper­té a esa voz, desconcertado pero contento, cómodo y caliente, hun­dido hasta los pelillos de la tripa en mullido colchón e inmerso hasta la barbilla -hendida y cortada a pico a lo Kirk Douglas- en profusión de sábanas blancas con olor a antisép­tico de hospital de ricos, mientras una rolliza enfermera rubia minifal­dera me alargaba una copa de champán y me besaba efusiva y re­petidamente en unas mejillas de cuatro días sin afeitar, apoyando sin recato su opulento pecho en el mal­trecho mío.

***** º *****


-Tuvo muchísima suerte -le comentaba en voz baja un doctor a un colega frente a la cama del individuo recién y felizmente dormido-; normalmente hubiese muerto congelado: casi totalmente cubierto por la nieve, como estaba y, con una cogorza como un portaviones nuclear, nadie hubiera reparado en él, a no ser porque manoteaba, ince­sable e incansablemente, intentando en vano rascarse la nariz.


-¿La nariz? ¿Qué demonios plutónicos le pasa en la nariz?, y ¿qué mocosas narices es esa erupción que muestra en la punta?


-Es curioso: estamos en invierno, el más gélido que se recuerda en lustros
y en el que no medran ni las cucarachas, y menos los dípte­ros
picaniños y chupasangres. A pesar de ello debo reconocer
que esa irritación de la nariz revela, sin lugar a dudas,
una magnífica pica­dura de mosquito.



¡¡¡BON NADAL!!!
                                               

martes, 27 de diciembre de 2011

Comentario al 'Portafotos de nuestra vida' de Estena Paniagua

 El portafotos de nuestra vida

Querido Paniagua, pensamos como tú y, desde una valoración personal e íntima, creemos no equivocarnos si decimos que la Universidad Laboral de Córdoba supuso para casi todos nosotros lo mismo: un privilegio, una suerte enorme, y una luz, de conocimiento y vivencias, que hemos llevado dentro desde entonces y ha iluminado toda nuestra vida posterior, mejorando nuestras posibilidades de encararla porque allí crecimos en conocimiento y mejoramos en oportunidades para vivirla.
Nosotros, los Laborales, por nuestra procedencia y salvo los muy superdotados, en los que siempre hubiese aflorado su talento natural y el sistema los hubiese captado y sacado provecho, estábamos condenados a poco más que evolucionar en el ambiente y la vida rural de nuestros padres y, en muchos casos, acompañarles en el éxodo del campo a la ciudad de aquellos años, y desde ella, como mano de obra poco cualificada, haber tenido que encarar nuestras perspectivas de futuro y evolucionar según como la suerte y el destino hubiese pintado para nosotros.


Si no se hubiese producido nuestro paso por la Laboral nosotros seríamos otra cosa, seguro que menos ricos en vida interior porque aquellos Dominicos, evangelizadores más que enseñantes, nos dieron una educación bastante avanzada para esa época, nunca nos recordaron a la clase que pertenecíamos, nos dejaban bastante libres, nunca nos preguntaron cómo pensábamos para cambiar nuestro pensamiento y huyeron de proselitismos ultramontanos de los planes de estudio imperantes, (salvo alguna asignatura insalvables por entonces como la F.E.N dada por seglares perfumados de FE y de las JONS), y fomentaron el deporte, la literatura (yo oí hablar de León Felipe y su obra en alguna clase), el cine (Nouvelle Vague, acorazado Potenkim, Wilder, Capra); naturalmente también estaban la enseñanzas técnicas que era para las que realmente habíamos sido seleccionados por el Régimen, que en muchísimos casos son las que menos hemos aprovechado… En fin cosas que después nos han servido a todos en nuestras vidas.
El bagaje de las vivencias de nuestro paso por la UNI se compone, principalmente, de la deriva de nuestra historia personal de aquellos años, de las personas que convivimos y en especial con esas con los que se establecieron lazos de amistad y afecto más profundos, y de los conocimientos y los avances personales que conseguimos allí, todo ello sumado, en una especie de revolutum de vida, fue nuestro paso por La Universidad Laboral y, todo ello, se fue quedando atrás según fuimos avanzando en nuestra vida posterior y quedó sepultado dentro de nosotros, como una capsula luminosa de vivencias y conocimientos, como las frases dentro de un paréntesis en un texto. 
Ese pasado Laboral, esa capsula de tiempo pasado está llena de historia propia, personas y conocimientos, y sigue presente dentro de nosotros porque nunca hemos renunciado a ella; si bien los conocimientos los hemos visitado a menudo, utilizado e incluso ampliado, a lo largo de nuestra vida; la historia y las personas (salvo excepciones de gente que ha tenido la suerte de mantenerse en contacto, o se ha buscado, como en nuestro caso Mariano Revenga con quien la vida nos ha permitido tener una amistad fecunda desde entonces), quedaron atrás y si queremos recuperarla debemos recurrir a la memoria que lamentablemente, a esta altura de nuestras vidas, está ya desgastada por el tiempo; por eso hoy tenemos que apoyarnos en personas que estuvimos allí y entre todos crear una estructura, una especie de andamio de memorias, que nos permita movernos por ella y rememorar aquellos años que, vistos con la perspectiva de hoy, fueron fecundos pero se vivieron rápido y constituyeron un punto de encuentro al que siguió cierto desarraigo entre nosotros por una diáspora de personas, provenientes de múltiples ámbitos geográficos, a los que la vida les esperaba con prisa y armada con la exigencia de unas responsabilidades de clase que había que cumplir (había que empezar a trabajar) y fue como que, su paso por La Universidad Laboral, solo hubiese sido una herramienta que usar para encararla, pienso que de eso tiene la culpa la génesis de estos centros que fueron un verdadero paréntesis en el sistema educativo y no se ocuparon de crear los vínculos para la comunicación de los alumnos cuando salíamos de allí, no había nada para antiguos alumnos, ni se preocuparon de crear un ente organizativo que hubiese ayudado a mantener la unión entre nosotros.


Por eso, en esa tarea de construcción de ese andamio de memorias, es tan importante la web y tarea, pienso a veces que titánica, de Juan Antonio Olmo que nos ha permitido reencontrarnos, reconocernos en los recuerdos y prepararnos para futuras cosas, porque la verdad pienso que muchos de nosotros nos mantendremos en contacto y de ahí surgirán iniciativas, sobre todo entre los que allí coincidimos en el tiempo ya que tenemos vivencias más comunes y reconocemos mejor las referencias de los recuerdos porque los hemos vivido juntos. En este apartado del reencuentro estás tú, y otros compañeros de entonces como: Juanito Domínguez, Leoncio Millán, Carlos Toledo, Regino Moranchel, Jose Luis de Vicente, Francisco Limonche, Manolo de la Torre, Miguel A. Hernández “Otto”, Pedro E. Herrero, Joaquín Montañés, Fermín Pancorbo, Manuel Parra, Torcuato Martínez, Manuel Castellanos, Jose Luis Luque, Rafael Robles, Abadín Terranova, Gordillo, también nuestra tarea para acercar al Padre Cirilo con quien mantenemos el contacto desde Cuba. En fin, mucho y muchos, aunque con algunos apenas ha habido un abrazo y recuerdo compartido, con otros, como contigo, ya hemos empezado a tejer vivencias y cosas para después; pero por encima de todo e interiormente sabemos que todos están ahí y al día de cómo son, para que juntos compartamos cosas que a buen seguro vamos a compartir en un futuro no muy lejano. También hay tareas de recuperación por hacer pensando en que fuimos 211 los infantes con beca que, según la revista Vínculo de 12/1964, empezamos Iniciación Profesional ese año y al siguiente serían otros tantos que coincidimos en San Rafael, por eso hay gente que está en nuestra mente para recuperarla con ayuda de todos los que ya estáis y de la web.
Hermano, ya te lo dijimos en un correo, en cuanto a nuestro encargo no podemos estar más de acuerdo en cómo lo has hecho y en cómo lo has expuesto en tu escrito, eres un maestro, Arriba nuestros padres Teodoro y Cleto, el sitio que le corresponde: arriba de todos y encima de nosotros, porque le debemos mucho, aparte de la vida, y es su generosidad para saltarse la tradición del ámbito rural en que vivían que consistía en tirar pronto de los hijos para que ayudaran en las tareas y completar así la corta economía de la casa, al mismo tiempo que permitirles alcanzar un oficio para empezar pronto a trabajar. Tuvieron altura de miras Teodoro y Cleto, estuvieron atentos, no fueron egoístas y quisieron un futuro mejor para sus hijos, en tu caso la oportunidad solo te alcanzó a ti y en el nuestro fuimos tres hermanos los que fuimos a Córdoba, por eso se que les estaremos siempre agradecidos y estarán siempre arriba. Abajo nosotros en una secuencia de como éramos entonces, cuando compartíamos aquel universo, y como somos ahora tras el reencuentro. En el centro el escudo de la Universidad Laboral que sería el nexo de unión entre todo, el detalle del escudo ha sido fantástico porque le ha dado fiabilidad al cuadro, que quizás hubiese tenido que disponer de un espacio enmarcado más para la UNI, porque puede parecer pequeña su presencia para la grandeza de la importancia de lo que expresa, pero eso lo has resuelto colocándolo en el centro, en el corazón del “portafotos de nuestra vida”
Gracias hermano por ser como eres y por acoger en su vida futura a quien no tiene más mérito que compartir una parte de su vida pasada contigo, es como volver al “decíamos ayer” del afecto interrumpido. Ahí estamos y ahí estaremos, tiempo y ganas tenemos para ello.


Ángel y Eugenio Jarillo Garcia.
Laborales del 64 al 69 (Eternos en serlo)
Navidad de 2011